28/10/2025

La pobreza que desnuda el espejismo de Cambia Mendoza

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La reciente publicación del informe de la Universidad Católica Argentina (UCA) sobre la pobreza en Mendoza no es una simple estadística; es la lapidaria acta de defunción del autodenominado “modelo mendocino” promovido y gestionado por el frente Cambia Mendoza, con el sello indeleble del cornejismo. La cifra es brutal: el 38,7% de los trabajadores mendocinos son pobres.

Este dato desmantela, de cuajo, la narrativa oficialista construida con celo durante la última década: la de una provincia faro de Cuyo, seria, solvente y con un camino de progreso asegurado. La realidad, cruda y dolorosa, es que hoy, casi cuatro de cada diez mendocinos que cumplen con su jornada laboral, que pagan impuestos y que sostienen el aparato productivo, no logran cubrir la Canasta Básica Total para sus familias.

El problema ya no es el desempleo, sino la calidad estructural del empleo. La UCA lo pone en negro sobre blanco: un tercio de los empleados del sector formal privado (29,1%) son pobres. El empleo registrado, el orgullo de cualquier gestión, dejó de ser el histórico ascensor social para convertirse en la sala de espera de la precariedad. La dirigencia de Cambia Mendoza, encabezada por Alfredo Cornejo y continuada por sus sucesores, debe asumir que esta no es una fatalidad económica nacional, sino la culminación de un proceso local donde la administración del Estado priorizó un solo número, mientras desatendía la vida de su gente.

El principal postulado de Cambia Mendoza ha sido su supuesta “austeridad” y el “orden fiscal”. Durante años, Mendoza se ha vanagloriado de tener cuentas ordenadas y equilibrio presupuestario. El problema es que esta estabilidad fiscal, llevada al extremo, se ha revelado como un empobrecimiento ordenado. La obsesión por la solvencia de las cuentas públicas ha actuado como un ancla, impidiendo cualquier política audaz de desarrollo productivo y, lo que es más grave, ha coaccionado sistemáticamente la mejora salarial en todos los sectores. ¿De qué sirve una provincia con “cero déficit” si sus trabajadores viven con déficit en el plato de comida?

El cornejismo ha gobernado con la premisa de que “el Estado es el problema” y, al hacerlo, ha aplicado una política de congelamiento salarial de facto para el sector público y de indiferencia estructural ante la pauperización del ingreso privado. Han confundido la administración prudente con la parálisis económica y la asfixia social. Hoy, el mendocino promedio ya no necesita que le expliquen la inflación; lo que necesita es que le expliquen por qué su provincia, tan “ordenada”, le obliga a tener dos o hasta tres trabajos para llegar a fin de mes.

El “cornejismo” va más allá de un partido; es un estilo de gestión que concentra el poder, es reacio a la autocrítica y ha construido un cerco mediático para sostener un relato que la calle ya no compra. La gestión ha tendido a centralizar las decisiones, desalentando el debate interno y marginalizando a cualquier voz crítica. Esto derivó en una gestión con visión de túnel, incapaz de ver los costos sociales de su ortodoxia fiscal.

Han invertido más energía en convencer a los mendocinos de que son “buenos administradores” que en implementar políticas que garanticen el ascenso social a través del trabajo. El relato de la “Mendoza seria” se desploma cuando se confronta con la planilla de sueldo de un maestro, un policía o un empleado de comercio. La incapacidad de la dirigencia para reconocer que el camino fiscalista ha fallado en su objetivo primordial es el mayor lastre. El “modelo” no es un logro, sino un fracaso de política distributiva y productiva.

El desafío para Cambia Mendoza ya no es ganar una elección, sino demostrar que el esfuerzo diario de su gente vale la pena. El tiempo de las excusas se acabó. El cornejismo tiene las manos manchadas con la paradoja de la pobreza de la gente que trabaja, un estigma que tardará décadas en borrarse de la historia de esta provincia.

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