Los ATN y la hipocresía al palo

El supuesto “cambio” que prometieron Javier Milei y sus aliados se desmorona en el ruidoso escenario de la política de siempre, donde la billetera sigue siendo la reina. La disputa por los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), un fondo de emergencia que el Gobierno Nacional maneja de forma discrecional, ha puesto en evidencia lo más rancio del sistema: la dependencia provincial y la arrogancia presidencial.
El presidente Milei, adalid de un superávit fiscal que, a esta altura, parece más una obsesión dogmática que una meta razonable, se prepara para vetar la ley que obligaría a la distribución automática de los ATN. Su lógica es simple y brutal: los fondos son suyos, y si los gobernadores quieren algo, deberán someterse a sus reglas. No es una cuestión de eficiencia, ni de evitar el “gasto de la casta”, como proclama. Es, lisa y llanamente, una demostración de poder. Es Milei actuando como un monarca que castiga y premia a sus vasallos, un gesto que contradice su discurso libertario de descentralización y autonomía. Su “motosierra” no es un instrumento de limpieza, sino una herramienta de control.
Y en el otro rincón, con un gesto de indignación que roza el cinismo, aparece Alfredo Cornejo. El gobernador mendocino, que se montó en la ola de Milei para ganar, ahora se queja de que la marea le moja los pies. Cornejo se viste de defensor de las provincias y de la “institucionalidad” contra la arbitrariedad del presidente. Pero su reclamo parece una farsa. Si de verdad creyera en la autonomía provincial, su agenda no estaría dominada por la súplica de fondos nacionales, sino por la búsqueda de una matriz productiva que no dependa del goteo de la Casa Rosada. Su crítica a Milei no es por la falta de un plan de fondo, sino por el miedo a que la chequera se cierre.
El gran drama de la política argentina es este: la mayoría de los gobernadores, incluyendo a Cornejo, son incapaces de gobernar sin la “caja” del Estado central. Han gastado sin control, han creado estructuras burocráticas sobredimensionadas y ahora, cuando el grifo se cierra, se desesperan. No es Milei el único culpable del ahogo provincial, sino también la histórica falta de visión y la adicción a los fondos discrecionales por parte de los mismos que hoy se quejan.
Este enfrentamiento, entonces, no es una batalla de principios, sino una vulgar riña por el dinero. Es un choque de egos y de cajas, donde el “cambio” prometido se reduce a la misma pelea de siempre, solo que con actores y discursos renovados. Mientras Milei ejerce su poder de veto como un castigo, Cornejo lamenta la pérdida de una dádiva a la que ya se había acostumbrado. En el medio, los ciudadanos argentinos, mendocinos y de todo el país, siguen esperando el verdadero cambio: uno que no dependa de la discrecionalidad de los políticos, sino de la capacidad de generar riqueza y de gobernar con responsabilidad.