02/08/2025

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“El lector está en una trinchera defendiendo una experiencia irreemplazable”

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“Disfruto de escribir, pero siempre estuve sofocada por otros trabajos. Hoy, por primera vez, le dedico más tiempo a mi literatura” confiesa Betina Keizman.

“El lector está en una trinchera defendiendo una experiencia irreemplazable”

“Una mujer abre; como cada mañana; las puertas de su peluquería de barrio. Ese día algo cambia: una aparición; una presencia extemporánea; se le manifiesta en medio del salón…” Así es el inicio de la novela Betina Keizman.

“Surgió de una idea chiquita: un diablo aparece en una peluquería y pide refugio. Imaginé además que la peluquera sería una migrante latinoamericana y se hablaría un lenguaje híbrido, amasado con giros y proverbios de distintas regiones. Eso me entusiasmaba mucho. Ese lenguaje inventado es el otro gran protagonista de la novela. También quise reponer los sentidos literales de ciertas sospechas colectivas, por ejemplo, que los desplazados son diablos, seres enfermos, los aliens que perturban. El que pide refugio es todo eso“, dice a Betina Keizman.

—¿Por qué el título?

—Recordé los diablos andinos de Arguedas. El zorro de arriba y el zorro de abajo es un libro conmovedor, de gran actualidad también en su forma. Me interesaba alejarme del personaje fáustico e ir tras un diablo más arcaico, travieso y mordaz como el que también aparece en mucha literatura de Europa del Este. La pregunta es si el diablo realmente busca obtener algo o solamente está allí para dar rienda suelta al desorden, para favorecer la anarquía. Quería un título inverosímil. En algún momento se me ocurrió que el diablo desplazado sería el escritor José María Arguedas. Arguedas es un escritor muerto ¿cómo podría ser un diablo?

 

—¿La elección de la peluquería como escenario con que tiene que ver?

—Es un referente anacrónico que supone la peluquería como el espacio femenino por excelencia. Es un lugar que se asocia al chisme y a la banalidad y en el que, como en todos los ámbitos laborales, se pueden rastrear dinámicas complejas. Cuando escribo me intereso por los detalles, las tecnologías, los procedimientos, en general presto atención al trabajo como actividad. Sé que mi narrativa se fuga hacia lo insólito, y para equilibrar, me concentro en lo concreto. Cuando empecé la novela vivía en Santiago de Chile y todos los días pasaba frente a una peluquería en Parque Bustamante, atendida por un dueño y sus novias, todos colombianos. Vendían ollas a presión, panquequeras, café. Al costado de la mesita que hacía de recepción y de caja, tenían en exposición sus productos. Nunca me corté el pelo tan seguido, y por primera vez en mi vida me hice las uñas y una vez me teñí. Esa fue la inspiración de la peluquería de la novela.

—¿Cómo definís a la protagonista?

—Es alguien que ha comprado la narrativa del progreso personal, del primero yo y que el mundo se venga abajo. Oprime a sus empleadas, se considera superior a ellas y aunque pretende dejar atrás sus orígenes, intuye que ese pasado es más valioso que su presente. En la literatura prefiero las ambigüedades. Me gustan los personajes alejados de nuestros parámetros éticos y vitales, incluso de nuestras experiencias. Desde esa posición, el relato involucra un trabajo importante para acercarse a lo diferente. Mi impresión es que una parte de la narrativa contemporánea está renunciando a esos recorridos al circunscribirse a personajes que son, más o menos, los iguales del autor, o seres éticamente privilegiados, entrañables, en suma, lo que todos querríamos ser. Por otra parte, la peluquera es alguien que no alcanza a entender la orientación ni el carácter de los acontecimientos. Me reconozco en esa falta de discernimiento, nos afecta a todos.

—¿En qué la modifica esa aparición que le pide quedarse?

—Es un diablo, o un muerto, probablemente un desmemoriado. Al principio la peluquera intenta someterlo a sus designios, pero el personaje del diablo la empuja hacia otras experiencias, le provoca otras emociones. Tampoco creo que esas zonas “diabólicas” sean ajenas a una existencia ordinaria. La vida abarca mucho más que lo que solemos admitir. Ahí convergen fantasías, sueños, especulaciones, delirios, proyectos. La noción de realidad es una versión degradada de esa diversidad mucho más rica y compleja. La aparición del diablo da cabida a todo eso en la vida de los personajes.

—El otro escenario pasa a ser el sótano, ¿por qué?

No podría escribir una historia sin saber dónde están ubicados los objetos ni conocer los recorridos por los que los personajes se mueven. La peluquería está a nivel de la calle, el primer piso lo ocupa el departamento de la peluquera y abajo se aloja al aparecido. Suponer que expulsamos lo reprimido hacia sótanos o azoteas es prolongar un imaginario antiguo, que se corresponde con los siglos XIX y XX. En la novela ese delirio se escapa del sótano, está suelto, está en todas partes, domina ese escenario de desastre ecológico y económico, de segregación.

—¿Qué te gustaría que el lector encuentre en esta novela?

—Me gustaría que el lector tenga curiosidad por lo que va a suceder, que esté dispuesto a inquietarse, que se deje llevar por la picardía del lenguaje. Para construir su entendimiento, el diablo desmemoriado busca en internet referencias que lo orienten. Me imagino un lector con una dinámica parecida, que reconozca en las sensaciones y emociones de los personajes espejos distorsionados. Estar sofocados por la información y carecer de parámetros para situarnos son experiencias muy contemporáneas.

—¿Cuándo supiste que querías ser escritora?

—Recuerdo palabra por palabra un poema horrible que escribí cuando tenía doce años. Disfruto de escribir, pero siempre estuve sofocada por otros trabajos. Era una carrera en la que siempre perdía. Hoy, por primera vez, le dedico más tiempo a mi literatura.

—¿La crítica literaria la deja tranquila a la escritora cuando ella escribe?

—Soy una escritora intuitiva y no sé qué significa una novela hasta el momento en que la concluyo. Tampoco investigo, más bien me dejo permear por algunas lecturas. Ciertas referencias a Arguedas, por ejemplo, son verificables, otras son imaginarias o imprecisas, tampoco busqué precisarlas. Es cierto que el trabajo crítico aporta discusiones que me interesan. Pensar que un escritor como Arguedas hoy no existiría, por eso imaginar que es un zombi o un muerto en vida. Entender que las narrativas del presente se nutren de una hibridez particular, un estar afuera y un estar adentro de la ficción que permite narrar en andariveles, como ventanas en la pantalla, usar distintos formatos, por ejemplo, las supuestas entradas de una enciclopedia. Sobre todo, me interesa que esos recursos tengan efecto en la lectura. Pero esas reflexiones provenientes del universo de la crítica literaria no constituyen un aporte más importante a mi novela que la peluquería de la calle Bustamante o que algunas conversaciones que escucho en el colectivo. La imaginación y la escritura son oportunistas. Todo, las alimenta.

—¿Qué rol te parece que ocupa la literatura en este momento?

—Un rol minúsculo, pero un rol de resistencia. Leer me parece una proeza, es una batalla contra los estímulos exacerbados, contra la información basura, contra nuestra dificultad para concentrarnos. El lector es un héroe. Desde esa perspectiva importa menos lo que se escriba, siempre y cuando se escriba algo desafiante. El lector está en una trinchera defendiendo un placer y una experiencia irreemplazables.

—¿Tenés rutina para escribir?

—En general escribo todos los días, al menos lo intento. Sufro mucho con la escritura inicial, pero me encanta cuando ya tengo una versión primera del libro, la etapa en que corrijo y reescribo, cuando va tomando forma.

—¿Hay un duelo al finalizar un libro?

—No. Al contrario, disfruto de ese momento en que descubro la narración, que está ahí, con vida propia. Un milagro al que tampoco recuerdo cómo llegué.

 

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Crédito de la fuente original: www.diariocronica.com.ar

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