El silencio de Petri: ¿estrategia u obligación?
El rol de un candidato es, por definición, hacer campaña. Recorrer, hablar, debatir, convencer. Sin embargo, en Mendoza, el candidato a diputado nacional Luis Petri presenta un enigma político. En una arena electoral dominada por la exposición y el proselitismo constante, su figura se mantiene en un silencio sorprendente. Lejos de ser una estrategia para diferenciarse, su “no campaña” parece ser un reflejo directo de las polémicas que lo rodean, convirtiéndolo en un candidato ausente en la contienda por los votos.
En la política, la visibilidad es un activo crucial. Un que no hace campaña cede terreno a sus rivales y pierde la oportunidad de conectarse con su electorado. El caso de Petri se lee como una decisión forzada. Su bajo perfil no es una estrategia para mostrarse como un gestor serio, sino una maniobra defensiva para evitar que las controversias que lo rodean en su gestión al frente del Ministerio de Defensa sigan escalando y erosionando su imagen. El silencio, en este contexto, no es una virtud, sino un intento de invisibilidad.
La estrategia de la “no campaña” es un riesgo enorme para un candidato. Petri, que no tiene una base de poder propia en La Libertad Avanza, queda a merced del arrastre que pueda generarle el presidente Milei. No está construyendo su propio capital político ni su propia narrativa. Simplemente, está apostando a que la marca nacional será suficiente para arrastrarlo a la victoria, sin tener que enfrentar el costo de dar la cara ante los heridos y responder a las preguntas que, en una campaña tradicional, serán inevitables.
El dilema de Petri es el de un candidato que no puede hacer lo que debe hacer para ganar. Su silencio, lejos de ser un signo de madurez política, es una admisión de su fragilidad. Su futuro en la boleta no se definirá por su capacidad para convencer a la gente, sino por la fuerza de una relación que otros construyen y del que él, por ahora, solo puede ser un espectador silencioso.
