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Luis García, instructor de la escuela CEPAC, explicó a Crónica por qué la educación canina es esencial y qué debe tener en cuenta un paseador antes de llevar un grupo. “Si no se controla a tres perros, no se pueden llevar diez”, advirtió.
Luis García, instructor de CEPAC, remarcó que el paseador debe conocer a fondo el lenguaje canino.
Todo comenzó con una imagen que circuló en redes sociales: un paseador de perros en Rada Tilly trasladando una cantidad excesiva de canes, con tensión en las correas y signos de descontrol. El episodio reavivó una discusión que, si bien no es nueva, vuelve cada tanto a escena: ¿quién puede ser paseador y qué se necesita para hacerlo bien?
Para entenderlo desde la raíz, Crónica dialogó con Luis García, instructor en la escuela de adiestramiento CEPAC (Centro de Educación Psicológica y Adiestramiento Canino), con formación en psicología canina y experiencia en perros de compañía, búsqueda, protección y sustancias. Su enfoque, sin embargo, está puesto en algo más cotidiano pero no menos importante: el perro de casa y su tutor.
“Si tengo un perro, tengo que educarlo”
Los paseos deben tener estructura, recorridos predecibles y grupos compatibles para evitar conflictos.
Luis lo resume con una lógica simple: el perro necesita educación igual que un niño. “Es fundamental, es muy importante. Si yo tengo un perro, debo darle la educación a ese perro para que sepa cómo socializar y cómo desenvolverse en el mundo”, afirma.
La educación, explica, permite que el animal sepa cómo comportarse en casa cuando recibe visitas, pero también en la calle, en una plaza o entre otros perros. “Le estás dando algo que el perro realmente necesita”, sostiene. Para Luis, no se trata de adiestramiento duro, sino de entender cómo se comunica el perro y establecer rutinas claras.
Estructura y orden: una necesidad compartida
En su visión, la estructura dentro del hogar también es clave. “En una casa debe haber una jerarquía, debe haber líderes y debe haber una estructura disciplinaria para que todo funcione”, plantea. Y compara con lo humano: “Imaginate que hay un horario para comer, que a las 12 es el almuerzo. Si no hay estructura, nos genera ansiedad”.
Lo mismo ocurre con los perros. Una rutina clara no solo los calma, también mejora la convivencia y permite que cada paseo sea una oportunidad de aprendizaje. “La educación que yo recibo en mi casa es como me voy a comportar afuera”, explica. El desorden puertas adentro, se multiplica en la calle.
Los paseos deben tener estructura, recorridos predecibles y grupos compatibles para evitar conflictos.
“Un paseador debe estar capacitado”
El caso de Rada Tilly dejó al descubierto lo riesgoso que puede ser un paseo mal manejado. Luis no duda: “El paseador debe entender cómo funciona el perro”. Eso implica interpretar señales sutiles: una oreja baja, una cola rígida, un gesto de evasión. Todo eso es información clave. “Si tenemos muchos perros juntos, lo que generamos es estrés social”, advierte.
Ese estrés se vuelve aún más problemático cuando los perros tienen niveles de educación muy distintos. La comparación es gráfica: “Es como un cumpleaños. Vos conocés a muchas personas, pero invitás a las que te sentís cómodo. El perro no puede albergar tanta información social al mismo tiempo”.
¿Cuántos perros son demasiados?
Luis pone un número: diez, con experiencia; doce, con muchísima. Pero hay condiciones. “Siempre deben ser los mismos perros, no estar cambiando todo el tiempo. Siempre en el mismo lugar, mismo recorrido”. La familiaridad reduce el estrés y fortalece la conexión entre el grupo y el paseador.
“No puedo poner un border collie reactivo con un perro dominante o juguetón. Eso no es compatible”, alerta. Para él, el número no es lo único: importa quiénes son, cómo se llevan y si hay control real. “Si no controlo a tres, no puedo controlar a diez”, sentencia.
Por último, explicó la importancia del collar y su correcto uso. “Está comprobado desde la neurociencia. El collar, bien utilizado, genera una conexión”, asegura. Aunque en su método no utiliza collares de ahorque, explicó que, en caso de usarse, debe colocarse bien, sin lastimar, y buscando imitar el gesto natural de una madre canina cuando pone límites.
“La madre no lastima, pero sí envía un mensaje. El cachorro entiende”, explica. El mal uso, en cambio, genera dolor, frustración y desconfianza. Por eso, todo comienza por lo mismo: educación, observación y respeto.
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Crédito de la fuente original: www.diariocronica.com.ar